Saltar al contenido

La peste

Autor

Albert Camus

Opinión

En mi cola de lecturas tenía este libro como siguiente en ficción y por casualidad coincidió con todo esto de la pandemia actual. Los eventos transcurren en una ciudad llamada Orán en Argelia durante la ocupación francesa ya en el siglo 20. Seguimos a varios personajes entre ellos un doctor, un “santo”, un sacerdote, un escritor que no encuentra las palabras y otro loco entre otros personajes secundarios.

La peste bubónica se desata en la ciudad costera y es puesta en aislamiento, la ciudad y los habitantes, luego comienzan a subir las infecciones y el relato se centra en la lucha contra la peste y la lucha de los personajes contra todas las vicisitudes que los atormentan. Los personajes parecen tan vivos y tan independientes que casi en cada ocasión en que les ocurría algo no podía evitar sentirme mal.

Cada una de las fases que describe el autor son iguales a las fases por las que han pasado varios países (incluido el mío) en este viaje a través de la pandemia, da pena que nunca aprendamos de los errores y los horrores que son historia (aunque este es un relato ficticio) cuando tenemos que lidiar con microorganismos que nos demuestran que no somos nada, que somos desorganizados y perezosos, que no somos más que materia y energía para su reproducción ya que elegimos no pensar en conjunto y sólo velamos por nuestros intereses. Justo es decir que muchos si trabajan en equipo y hacen hasta lo imposible por paliar el problema, más no los gobernantes ni otros que somos unos inútiles.

Este libro es extremadamente triste, gracias ésta lectura ahora conozco que existe la filosofía del absurdo que se parece al existencialismo. Otro libro que toca el tema de una plaga durante ésta pandemia, aparte de The Lost City of the Monkey God: A True Story, es preciso que aprenda sobre más horrores de la historia o eso me dice mi cola de lectura.

Algunas citas

I

  • En el segundo y último piso, escrito sobre la puerta de la izquierda con tiza roja, Rieux leyó: “Entrad, me he ahorcado.”

  • Él rompía pedacitos de papel sobre la calle y los animales, atraídos por esta lluvia de mariposas blancas, avanzaban hasta el centro de la calzada, alargando la pata titubeante hacia los últimos trozos de papel. El viejecito, entonces escupía sobre los gatos con fuerza y precisión. Si uno de sus escupitajos daba en el blanco, reía.

  • El padre es un hombre alto, delgado, vestido de negro, con cuello duro. Tiene la cabeza calva en el centro y dos tufos de pelo gris a derecha e izquierda. Ojitos redondos y duros, una nariz afilada y una boca horizontal le dan el aspecto de una lechuza bien educada.

  • La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan, y los humanistas en primer lugar, porque no han tomado precauciones.

  • Continuaban haciendo negocios, planeando viajes y teniendo opiniones. ¿Cómo hubieran podido pensar en la peste que suprime el porvenir, los desplazamientos y las discusiones? Se creían libres y nadie será libre mientras haya plagas.

  • Joseph Grand no era más que el pequeño empleado de ayuntamiento que su aspecto delataba. Alto, flaco, flotaba en sus trajes que escogía siempre demasiado grandes, haciéndose la ilusión de que así le durarían más.

  • Pero para la mayor parte el final era el hospital y él sabía lo que el hospital quería decir para los pobres. “No quiero que les sirva para sus experimentos”, le había dicho la mujer de uno de sus enfermos. Pero no servía para experimentos, se moría y nada más.

II

  • que se habían abrazado en la estación sin más que dos o tres recomendaciones, seguros de volverse a ver pocos días o pocas semanas más tarde, sumidos en la estúpida confianza humana

  • Pues era ciertamente un sentimiento de exilio aquel vacío que llevábamos dentro de nosotros, aquella emoción precisa; el deseo irrazonado de volver hacia atrás o, al contrario, de apresurar la marcha del tiempo, eran dos flechas abrasadoras en la memoria.

  • El sufrimiento profundo que experimentaban era el de todos los prisioneros y el de todos los exiliados, el sufrimiento de vivir con un recuerdo inútil.

  • Impacientados por el presente, enemigos del pasado y privados del porvenir, éramos semejantes a aquellos que la justicia o el odio de los hombres tienen entre rejas.

  • se acusaban de la frivolidad con que habían descuidado el informarse de ello y no haber comprendido que para el que ama, el modo de emplear el tiempo del amado es manantial de todas sus alegrías.

  • Un hombre que trabaja, la pobreza, el porvenir cerrándose lentamente, el silencio por las noches en la mesa, no hay lugar para la pasión en semejante universo.

  • y que todos los que se querían pudieran estar juntos, pero había leyes, había órdenes y había peste.

  • La peste no era para ellos más que una visitante desagradable, que tenía que irse algún día puesto que un día había llegado.

  • se podía decir que cada día pasado acercaba a cada hombre, siempre que no muriese, al fin de sus sufrimientos.

  • El crepúsculo invadió la sala como un agua gris, el rosa del poniente se reflejaba en los vidrios y los mármoles de las mesas relucían débilmente en la oscuridad que aumentaba.

  • “No se ríe nadie más que los borrachos —decía Tarrou—, y éstos se ríen demasiado.”

  • el vicio más desesperado es el vicio de la ignorancia que cree saberlo todo y se autoriza entonces a matar.

  • Aquellos de nuestros conciudadanos que arriesgaban entonces sus vidas, tenían que decidir si estaban o no en la peste y si había o no que luchar contra ella.

  • Toda la cuestión estaba en impedir que el mayor número posible de hombres muriese y conociese la separación definitiva. Para esto no había más que un solo medio: combatir la peste. Esta verdad no era admirable: era sólo consecuente.

  • estoy harto de la gente que muere por una idea. Yo no creo en el heroísmo: sé que eso es muy fácil, y he llegado a convencerme de que en el fondo es criminal. Lo que me interesa es que uno viva y muera por lo que ama.

III

  • Pero, de hecho, se podía decir en ese momento, a mediados del mes de agosto, que la peste lo había envuelto todo. Ya no había destinos individuales, sino una historia colectiva que era la peste y sentimientos compartidos por todo el mundo.

  • se trataba de algunas gentes que, al volver de hacer cuarentena, enloquecidas por el duelo y la desgracia, prendían fuego a sus casas haciéndose la ilusión de que mataban la peste.

  • Se fusiló a dos ladrones, pero es dudoso que eso hiciera impresión a los otros, pues, en medio de tantos muertos, esas dos ejecuciones pasaron inadvertidas: eran una gota de agua en el mar.

  • Sólo los días de mucho viento un vago olor les recordaba que estaban instalados en un nuevo orden y que las llamas de la peste devoraban su ración todas las noches.

  • Pero todos experimentaban sentimientos monótonos. “Ya es hora de que esto termine”, decían, porque en tiempo de peste es normal buscar el fin del sufrimiento colectivo y porque, de hecho, deseaban que terminase.

IV

  • En esto estaba el verdadero peligro, pues era la lucha misma contra la peste la que los hacía más vulnerables a ella. Lo dejaban todo al azar y el azar no tiene miramientos con nadie.

  • Con la peste se acabaron las investigaciones secretas. Los expedientes, las fichas, las informaciones misteriosas y los arrestos inminentes. Propiamente hablando, se acabó la policía, se acabaron los crímenes pasados o actuales, se acabaron los culpables.

  • En el ligero murmullo de una conversación de buen tono, los hombres recobraban el aplomo que les faltaba horas antes por las calles negras de la ciudad. El frac espantaba a la peste.

  • —A mi edad es uno sincero forzosamente. Mentir cansa mucho.

  • —Sí —dijo Rambert—, puede, puede uno tener vergüenza de ser el único en ser feliz.

  • Lo que había de común en todas las profecías es que, en fin de cuentas, eran todas ellas tranquilizadoras. Sólo la peste no lo era.

  • Dios hace hoy en día a sus criaturas el don de ponerlas en una desgracia tal que les sea necesario encontrar y asumir la virtud más grande, la de decidir entre Todo o Nada.

  • —Si un cura consulta a un médico, hay contradicción.

  • La especulación había empezado a intervenir y sólo se conseguían a precios fabulosos los artículos de primera necesidad que faltaban en el mercado ordinario. Las familias pobres se encontraban, así, en una situación muy penosa, mientras que las familias ricas no carecían casi de nada.

  • Pues pensar realmente en alguien es pensar minuto tras minuto, sin distraerse con nada, ni con los cuidados de la casa, ni con la mosca que vuela, ni con las comidas, ni con las picazones.

  • que las tajadas son siempre para los mismos, que tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe

  • Cuando yo era joven vivía con la idea de mi inocencia, es decir, sin ninguna idea.

  • Después he sabido que no había nada que perdonarle, porque había sido pobre toda su vida hasta que se había casado y la pobreza le había enseñado la resignación. (Tarrou hablando de su madre)

  • he llegado a comprender que todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro.

  • No tengo afición al heroísmo ni a la santidad. Lo que me interesa es ser hombre.

  • Es evidente que un hombre tiene que batirse por las víctimas. Pero si por eso deja de amar todo lo demás, ¿de qué sirve que se bata?

  • Desde el fondo de aquellos años lejanos, en el corazón mismo de la locura actual, la voz fresca de Jeanne llegaba hasta Grand, era seguro.

  • ¡Ah!, doctor, soy hombre de aspecto tranquilo, pero siempre he necesitado hacer un gran esfuerzo para ser siquiera normal. Ahora, ya esto es demasiado.

V

  • “Mi madre era así, yo adoraba en ella ese mismo apaciguamiento y siempre quise estar a su lado. Hace ocho años que no puedo decir que murió; solamente se borró un poco más que de costumbre, y cuando me volví a mirarla ya no estaba allí.”

  • no todo se puede olvidar, ni aun teniendo la voluntad necesaria, y la peste dejaría huellas, por lo menos en los corazones.

  • El doctor no sabía si al fin Tarrou habría encontrado la paz, pero en ese momento, por lo menos, creía saber que para él ya no habría paz posible, como no hay armisticio para la madre amputada de su hijo, ni para el hombre que entierra a su amigo.

  • Rieux, ¿qué había ganado? Él había ganado únicamente el haber conocido la peste y acordarse de ella, haber conocido la amistad y acordarse de ella, conocer la ternura y tener que acordarse de ella algún día.

  • Para ésos, madres, esposos, amantes que habían perdido toda dicha con el ser ahora confundido en una fosa anónima o deshecho en un montón de ceniza, para ésos continuaba por siempre la peste.

  • Negaban, en fin, que hubiéramos sido aquel pueblo atontado del cual todos los días se evaporaba una parte en las fauces de un horno, mientras la otra, cargada con las cadenas de la impotencia, esperaba su turno.

  • Para todos ellos la verdadera patria se encontraba más allá de los muros de esta ciudad ahogada. Estaba en las malezas olorosas de las colinas, en el mar, en los países libres y en el peso vital del amor. Y hacia aquella patria, hacia la felicidad era hacia donde querían volver, apartándose con asco de todo lo demás.

  • Sabían, ahora, que hay una cosa que se desea siempre y se obtiene a veces: la ternura humana.

  • Así, no ha habido una sola entre las mil angustias de sus conciudadanos que no haya compartido, no ha habido una situación que no haya sido la suya.

  • se necesita de todo para hacer un mundo.

  • Cottard, Tarrou, aquellos y aquella que Rieux había amado y perdido, todos, muertos o culpables, estaban olvidados.

  • puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa.